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El Señor Trigo.
por Andrés Cataldo



Benito Trigo, llega todos los días desde su barrio “Centenario” a la Plaza de Armas de Los Andes. Casi no mira a su entorno cuando está inserto en su tarea, más que dialogar deja hablar, su visión va fija al calzado, algo natural para quien trabaja sin descanso en su ocupación desde los 17 años.

Fue precisamente a esa corta edad, cuando con un lustrín de madera partió decidido a salir adelante en un oficio que de alguna manera sentía como un camino propio. Nos recuerda que al poco tiempo de instalarse, un “agrandado” de entonces le rompiera su primer “cajón”. La historia se repite en lo bueno y lo malo, en lo malo no faltan nuevas generaciones que piensan que es gracioso dañar a otro sin motivo. Se comenta por estos días, cuarenta años después, que un desconocido rompió uno de los pies de bronce de su instalación de lustrado, episodio del que incluso uno se puede enterar por Youtube. Quizás el mismo joven “colérico” de antaño haya venido alguna vez ya de adulto, a lustrar sus zapatos para una boda, nacimiento o funeral con don Benito y se diera cuenta que sólo rompió madera, porque las ganas no desaparecieron con facilidad. Ni siquiera el reciente problema con el pie de bronce, es algo que lo altere. Parece ser que el afectado es el otro, una ley justa que se aplica a diferentes épocas.

Lo cíclico a través del tiempo, también nos muestra la otra cara, la positiva. Su labor de semana corrida le dio soporte económico para sustentar a cuatro hijos, ganar el respeto de su ciudad, junto con recibir una justa distinción municipal de “Andino Destacado”. Recién ahora puede parar un día de la semana. Con los retoques finales al último cliente, nos comienza a detallar como Don Juan Lobos, su antecesor y maestro a inicios de los años sesenta, lo apoyó en lo que sería su oficio de siempre, “armándolo” para obtener su autonomía, viendo todo lo relacionado con permisos de instalación. Luego de 10 años de trabajo en conjunto Benito vislumbraba que su trabajo era una ocupación sin pausa, pero con la seguridad de que ahora todo dependía de sí mismo.
Fue sin duda un legado de una persona clave en su vida, eso lo hace saber con prudente emoción desde su puesto de trabajo. Su lugar inicial, sitio de gran valor en su desempeño laboral, justo al costado de Correos de Chile, es donde ahora se remodela la Gobernación Municipal de Los Andes; por lo que esta entrevista transcurre al otro costado de la Plaza de Armas. Desde esta ubicación al preguntarle si le gusta donde lo reubicaron señala: “acá también está fresquito”, pero a pesar del comentario con chispa de humor, frecuentemente fija su mirada hacia el sitio que lo cobijó por cuarenta años.

Afirma que su tarea de lustrabotas es “hasta que me muera”, pero aún así ha impuesto de forma independiente por años para su previsión, porque también hay conciencia de que los años pasan. Para él es un gran logro que todos sus hijos hayan dado con sus profesiones, sabiendo que su trabajo fue un aporte fundamental: “porque uno quiere algo mejor para su hijos y familiares”, quizás sólo él sabe todo el sacrificio anterior, pero su relato muestra convencimiento de lo hecho por décadas, porque ahora puede darse tiempo para disfrutar con mayor tranquilidad el crecimiento de sus cinco bisnietos. Es más escueto respecto a cómo ha conseguido cada uno de los implementos de su armazón de fierro y madera, él parece verlo como si fuera algo normal, “acá se trabaja bien” esa es la consigna, no es sólo un diario con una simple cajonera roja, o un frío asiento tipo “mall”; tres clientes bien acomodados se ven beneficiados por la altura y el descanso. Son minutos en que realmente se toman una pausa.

Su clientela no ha mermado pese a las usanzas de zapatillas, lonas u otros materiales. Por el contrario, están los clientes permanentes, los frecuentes y quienes saben que para algunos días, su lustrado es un ritual indispensable, previo a muchas ceremonias. Resulta inevitable recordar su apellido, en esta zona agrícola, donde el señor Trigo forma parte de su historia diaria. Don Benito ya está con todos sus apoyos de bronces bien brillantes, porque sin decir cómo ni cuándo, sustituyó adecuadamente el pie que rompieron. Así de simple, todo calza, su oficio no se altera por pasos ajenos. Por el contrario su actividad depende de su convicción, de estar presente por toda una vida en el ir y venir de su ciudad.
 
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